Si observamos bien, existen
                en nosotros dos géneros de certezas que, aunque
                si las llamámos en un mismo modo, se nos
                presentan profundamente diversas. 
                El primer género tiene orígen en
                un conocimiento de índole determinística y
                sólitamente bien definido que generalmente se
                adquiere durante una común experiencia. Esta
                certeza se refiere a una cosa perfectamente
                identificable y no juega, en nuestros modos de
                ser, un papel particularmente importante. 
                El segundo género de certeza es de
                índole esotérica y
                pertenece a la nuestra interioridad. Esta, se
                manifiesta en nosotros a la improvisa y no tiene
                necesidad de ser explicada. No depende de
                nuestros deseos. La reconocemos inmediatamente y
                vive en nosotros desde el momento de su
                manifestación. Representa una fuerza. 
                Todavía, el hombre es muy hábil en
                engañar a sí mismo. A menudo, se ilude de poder
                transformar en certeza una cosa que es solamente
                la proyección de un deseo no esotérico. 
                
                    
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